🟢PROCESO DE LA INQUISICIÓN CONTRA EL ICODENSE DON ANTONIO LÓPEZ de PADRÓN POR SOSPECHOSO DE MASÓN

DOCUMENTALISTA Y DIVULGADOR:

MIGUEL EDMUNDO DELGADO LÓPEZ

Según don David Lorenzo, en su artículo publicado en la Revista de Binter “ … La masonería en Canarias puede considerarse pionera en España. Las relaciones comerciales con los puertos franceses y sobre todo ingleses e irlandeses hizo que los canarios fueran rápidamente influidos por los principios de los masones. Los orígenes de la masonería en Canarias se remonta, por lo menos a 1739. En este momento el comerciante de origen irlandés, Alejandro French, es acusado por la inquisición canaria de formar parte de la Royal Exchange Lodge de Boston.

Aunque durante el gobierno de Carlos III la persecución a la masonería se redujo bastante, esta situación no tarda mucho en cambiar. Con el reinado de Carlos IV se reprime la masonería de manera más dura que antes. La Revolución Francesa y el fallecimiento de su pariente Luis XVI hace que Carlos IV tome medidas muy radicales. Se prohíbe la ilustración y cualquier idea liberal. Esto también incluye a los masones, que apoyan postulados liberales (libertad, igualdad, etc.)”. (1)
En el proceso seguido en 1792, bajo el epígrafe « El Señor Inquisidor Fiscal contra don Antonio López de Padrón, piloto, vecino de Icod en la Isla de Tenerife, por sospechoso de profesar la compañía de Fragmasones» se recoge por don Manuel de Paz Sánchez, en su libro HISTORIA DE LA FRANCMASONERIA EN CANARIAS, el siguiente suceso acontecido en el Lugar de Ycod:
“ … El 6 de marzo de 1792, don Agustín Jorge Rodríguez se entrevistó con el comisario de Icod, don Nicolás Lorenzo Delgado Cáceres, para efectuar una delación. Le contó que, estando en la plaza del convento de las Bernardas, le llamó la atención un cedulón que había sido puesto en el monasterio y trabó conversación con el padre franciscano Cristóbal del Castillo. El fraile le dijo que se trataba del Edicto General de la Fe, y que le parecía que traía «cosa nueva» y, en concreto, sobre los «flamazones». Entonces le replicó Jorge que «aquí no consideraba cosas de esas», a lo que contestó el monje que el Santo Oficio empezaba a ocuparse del asunto, y subrayó: «Deje usted andar a un caballerito que anda ahí diciendo que no hay cosa como ser flamazón». Acto seguido el declarante le interrogó acerca de la personalidad del «caballerito» y Del Castillo le respondió que era don Antonio López de Padrón, natural y vecino del lugar.

Además el fraile continuó diciéndole otras frases atribuidas a López, como por ejemplo que “ Jesucristo había sido el primer francmasón” y San Juan el «Patrón», frases ante las que Jorge se escandalizó.
Pero no terminó aquí la denuncia. El delator indicó también que, cuando residía en Canarias a comienzos de la década de 1780, había hecho varios viajes a la isla de Curaçao en las Antillas holandesas para traficar, y que allí se enteró –por ser público y notorio y, particularmente, por habérselo dicho el grancanario Vicente Gil–, que un tal Morales, natural de Santa Cruz de Tenerife donde tenía una hermana, era francmasón. Supo también cuál era la casa de la sociedad en dicha isla del Caribe y añadió que, en la posada, conoció a un hombre llamado Manuel, «de nación gallego» que había expresado repetidamente su deseo de ser masón, «porque le habían dicho que todos los francmasones eran ricos y que unos a otros se socorrían», pero que unos días después faltó de la hostería, regresando más tarde «muy triste y descolorido y no volvió a tratar más sobre el asunto».

Finalmente, Jorge Rodríguez aportó también algunos datos sobre la actitud un tanto sospechosa de Francisco Maneiro, capitán del barco que, en 1781, le trajo de regreso a Tenerife.

El día 24 de marzo fue llamado a declarar Cristóbal del Castillo, que rubricó lo que le había dicho a Jorge Rodríguez, además de aportar nombres de testigos. De esta manera, el día 26, le tocó el turno a Fray Matías Hernández Soto, que lo único que dijo fue “ que las armas de los masones eran «un compás, una cuchara y no se acuerda bien … una espada». AI día siguiente compareció Fray Nicolás Delgado y León, quien afirmó que había oído decir, dos o tres veces, a De Padrón que la congregación a junta de francmasones era buena y «que todos pudieran ir a ella porque se funda en caridad y a todos los que entran en ella no les podrá faltar nunca nada». El sospechoso habría señalado también que Jesucristo fue «el verdadero francmasón», que entre los masones, se reconocían por ciertas señas, «en sacar el sombrero o saludarse», y que la compañía estaba formada por gentes de todos los estamentos, incluido el clero. No faltaron tampoco, según Delgado León, las alusiones al juramento masónico. Por último, subrayó el declarante que estas frases se las había oído al acusado delante de algunos religiosos y en casa de don Antonio Pérez Madero o Medero y que, una vez que conoció el Edicto antes mencionado, reprendió a De Padrón, quien le contestó «que él estaba en que no era malo, pero que ahora desistía de lo que había pensado».

El 16 de abril «pareció sin ser llamado» el propio Antonio López de Padrón, piloto, casado en La Habana con Manuela H. de los Reyes, natural y vecino de lcod y de 46 años de edad. Declaró que, encontrándose en 1791 en la isla de San Estacio (Antillas) en un convite, entabló conversación con un mercader llamado Pinto, el cual, entre otras cosas, le dijo que «los españoles estaban llenos de fanatismo pensando que la francmasonería giraba contra el cielo, contra el rey o contra la patria, siendo… solamente… una amistad que se contrae entre los hombres para fomentar la fe de su comercio». Dicho mercader le inicó también que su «grave secreto consistía en unas ciertas señas y palabras para conocerse unos a los otros, porque si éste se manifestara a los curiosos se harían públicas [y] serían engañados todos los días con tanto francmasón intruso». Sus juntas, además, «consistían en divertirse en casas que para este fin tienen dedicadas, una o dos ocasiones al mes, comiendo y bebiendo en ellas».

Señaló igualmente Pinto, según López de Padrón, la necesidad de ser apadrinado para formar parte de la institución; y que; sobre la Biblia, se juraba «no dejar abandonado al hermano» que, habiendo sido honrado, se viera desvalido. Del mismo modo se prometía –sobre el Libro sagrado– no desvelar los secretos de «señales y palabras»; hacer bien a todos los hombres; conservar ilesa la religión de cada uno, «porque siendo infiel a su religión lo será también con su amigo»; ser útil a la patria y leal al monarca, etc.

Asimismo, le había asegurado el comerciante que el origen de la masonería databa de «muchos años antes de la venida de Jesucristo», y que Jesús mismo la había apoyado. A todo esto respondió el tinerfeño que si era así «todos [los] hombres honrados eran francmasones y que él mismo se tenía por tal, sin ser necesario más juramento ni más introducción en sus casas».

Añadió, luego, el declarante que había hablado del tema con don Agustín González Yáñez y Sopranis, don José María Béthencourt, Antonio Pérez Madero, don José Delgado y León, y, también, en una reunión en casa del comerciante portugués don Francisco Sarmiento, en el Puerto de la Cruz, en presencia de don Felipe Machado, entre otras personas. Informó igualmente al comisario que el masón Pinto le había invitado a ingresar en la Orden, ofreciéndole buen aval y «fianza», a lo que había respondido que antes debería «manifestarle todos los asuntos públicos y secretos» para luego pensarlo y decidirse, pero que le contestó «dicho Pinto que las señas y palabras las sabría después de serlo», y que entonces le dijo: «así nada hemos hecho».

Por último, López de Padrón subrayó que todas las conversaciones las había tenido antes de la publicación del «edicto general de la fe del presente año», y que «por la prohibición de la compañía de francmasones que en dicho edicto ha venido, se ha movido a hacer esta delación, y si en dichas conversaciones ha causado algún escándalo no ha sido ese su fin ni intentaba decir cosa alguna que repugnara a nuestra religión».

Seis días después efectuó el interesado su ratificación ante el comisario icodense. López matizó únicamente que Pinto le había dicho también que a la masonería pertenecían reyes, cardenales, obispos y arzobispos, «si pensaban con la pureza que debían»; haciendo esta manifestación por temor a lo que hubieran podido pensar sus enemigos y, particularmente, don Agustín Jorge Rodríguez, puesto que –el mismo día que efectuó su primera declaración– una mujer le había dicho que éste se ufanaba de la trampa que le había tendido.

El 21 de abril, el comisario Delgado interrogó a otro testigo de las habladurías de López de Padrón, Antonio, J. Pérez Madero, quién afirmó que habiéndole preguntado al sospechoso, una tercera persona, que si era francmasón respondió el aludido que «ojalá lo fuera, pero que no lo era».

Al día siguiente compareció Agustín González Yáñez y Sopranis, escribano público de lcod, de 46 años, que respondió a las preguntas del inquisidor con frases relativas a la iniciación masónica, al juramento, al origen salomónico… Paralelamente, afirmó que –según López de Padrón – en La Madera había «muchos canónigos, religiosos y personas de otras clases que lo eran» y que, de ser una sociedad mala, no pertenecerían a ella tantos sacerdotes y príncipes, que la Silla Apostólica hubiera decretado su excomunión y que el Santo Oficio «hubiera castigado a alguno, pero que nada de esto ha habido». Entonces Sopranis le respondió que, por el contrario, los masones «estaban declarados por herejes con título de Muratores», explicándole lo que había oído sobre la sociedad, «a que contestó que, dijeran lo que dijeran, él no la tenía por mala».

Los testimonios de Fr. José Antonio de Estrada, franciscano de 62 años; de don Francisco Díaz Pantaleón y Aguiar síndico personero de lcod, de 44 años y de don José María Béthencourt, teniente castellano del castillo del puerto de Garachico, de 29 años, obtenidos del día 26 al 29 de abril, no aportan nada nuevo117.

Mucho menos sustanciosas son las testificaciones de fray Antonio Hernández Bermejo, agustino de 33 años y del presbítero don Francisco de Cáceres, de 35, evacuadas el 10 y 21 de mayo, respectivamente.

Cuatro días después, el comisario de Icod remitió a Gran Canaria el expediente, aclarando, en una misiva adjunta, que a pesar de que Jorge Rodríguez era «enemigo declarado» de López Padrón, no era otro el ánimo del primero que «descargar su conciencia».

El Tribunal de Las Palmas empezó por buscar en sus registros alguna nota sobre el denunciado, gestión que resultó negativa.

Poco después, el 9 de julio, el Dr. Sáinz dio su veredicto como fiscal: hizo referencia a la prohibición de Clemente XII, opinó que no había ánimo de calumniar en las palabras de Jorge Rodríguez, destacó la importancia de proceder también contra el masón Morales de Curaçao y sintetizó las características éticas de la secta, según las declaraciones. Por consiguiente, el día 18, se mandó sacar «instrucción» del expediente y devolverlo al comisario de Icod para que ampliara algunos datos. Asimismo, se decidió escribir a los comisarios de La Orotava y de Santa Cruz para que obtuvieran más información sobre las «citas» que se deducían del memorial de Delgado Cáceres. El comisario de La Orotava, Llarena, fue el primero en cumplir el encargo, diciendo que en las frases de López, pronunciadas en el convite de la casa del comerciante Francisco Sarmiento, «sólo hubo… broma y pasatiempo», sin que ninguno de los asistentes «notase en don Antonio López de Padrón la más leve descompostura, ni que juzgasen abrazase éste la secta de los francmasones, ni defendiese ser buena».

Los interrogatorios a los testigos se habían iniciado el 6 de agosto. Francisco Sarmiento no pudo ser entrevistado pues se encontraba, a la sazón, en la Corte. Pero sí lo fue el beneficiado de la parroquia del Puerto, don José Dávila, que nada dijo en contra de Padrón, y el franciscano Fray Domingo Brito, que había asistido, con el anterior, al festín del lusitano, en 1791, y había observado – al igual que Dávila – que el sospechoso se había conducido con buen sentido y narrado su encuentro con el masón en tono jocoso, bromeando con los otros invitados.

El día 9 le fue tomada también la declaración a don Felipe Machado Varcárcel y Lugo, alguacil mayor del Santo Oficio y regidor de Tenerife, vecino de la Villa y de 55 años. Este afirmó, principalmente, lo mismo que los anteriores, indicando que López trabajaba como capitán de un buque de Sarmiento, viajando «a la América española e inglesa». Por último, dos días después, fueron entrevistados los irlandeses Guillermo Mahony, comerciante de 60 años, y Guillermo McDaniel, de 31, ambos residentes en el Puerto. De sus testimonios sólo merece ser destacada la aseveración del segundo en el sentido de que Sarmiento trató de cambiar de tema, «como rehusando que en su casa se hablase de ello».

Transcurridos cinco años sin que, al parecer, se volviera sobre este asunto, a finales de 1797 el comisario de Icod hizo comparecer a Francisco Díaz Pantaleón y Aguiar y a Nicolás Delgado y León, quienes se ratificaron nuevamente en sus declaraciones, si bien el primero no recordaba la conversación con el denunciado. Tendrían que pasar otros tres años para que Delgado Cáceres tornara a ocuparse del problema. Así, el 20 de enero de 1800, interrogó a Agustín Jorge Rodríguez, que mantuvo esencialmente sus palabras. Inmediatamente después abandonó de nuevo sus obligaciones, por ello el Tribunal le remitió una misiva recordatoria el 5 de junio de 1801, a la que contestó el comisario que López de Padrón se había embarcado para América desde 1793 y que no había concluido las declaraciones a causa de las ausencias de varios testigos y de su poca salud.

En 1803 se disculpó una vez más con Las Palmas. En septiembre de este año tomó la ratificación a don José Mª Béthencourt y, al mes siguiente, a José Antonio Delgado León. Sin embargo, en 1804 tampoco terminó su cometido. Siguiendo su pauta de los últimos años, el 16 y el 20 de octubre obtuvo la renovación de las declaraciones de Antonio Hernández Bermejo y de Agustín González Yáñez y Sopranis. En vista de su inusitada lentitud, el Tribunal grancanario le conminó –el 18 de septiembre de 1805– a que evacuara su trabajo sin poner impedimentos.

Por lo tanto, el 5 de febrero de 1806, hizo comparecer a un anciano llamado Antonio Hernández que le habló de Francisco Morales, el masón de Curaçao natural de Santa Cruz de Tenerife y, el día 9, remitió, al fin, las diligencias a Gran Canaria, explicando que no se habían repetido las declaraciones del resto de los testigos porque habían fallecido.

Pero los representantes del Santo Oficio en Santa Cruz tampoco fueron diligentes a la hora de cumplir con su responsabilidad en este caso. En junio de 1801, el Tribunal tuvo que recordarle al comisario santacrucero el encargo que le había hecho en 1792. En 1802 se le ordenó a dicho comisario, José del Campo, que evacuara el interrogatorio a Francisco Sarmiento pero contestó que no podía hacerlo porque el comerciante vivía en La Laguna. El 3 de junio de 1803, se comisionó a tal efecto al responsable inquisitorial de la Ciudad de los Adelantados, don Domingo de Herrera-Leyva, al cual tampoco le fue posible hacerlo porque Sarmiento había marchado a Madrid.

Ante esta situación, el Tribunal isleño optó por dirigirse al inquisidor de Corte, en julio de 1803, para pedir que el portugués fuera entrevistado. En un primer momento las gestiones resultaron infructuosas, hasta que, el 30 de agosto de 1804, pudo ser interrogado. El rico comerciante afirmó no recordar la anécdota ocurrida en el convite celebrado en su morada del Puerto de la Cruz, a finales de 1791; aseveración que fue acogida con respeto por los inquisidores de la capital del reino, puesto que don Francisco Sarmiento les pareció «sujeto de mérito y religioso».

Reunidas, finalmente, las deposiciones de los testigos, el 9 de abril de 1806 se le pidieron al comisario Delgado informes sobre López de Padrón. Sabemos por éstos que el denunciado había vivido en Tenerife protegido por una tía, pues había regresado de Cuba sin caudales. Aquí había aprendido el oficio de agrimensor y luego hizo estudios de aritmética hasta dedicarse al pilotaje de buques en el Puerto de La Orotava, actividad en la que adquirió fama y medios que le permitieron relacionarse con la «sociedad distinguida». Era dado a entretener a sus amigos con relatos de sus viajes y tenía cierta fama de charlatán. Tuvo problemas con las justicias hasta que por «deslices de lengua» que perjudicaban a «personas de honor», con alguna de las cuales parece que había contraído cierta «correspondencia ilícita», fue hecho preso y devuelto a La Habana «a vivir con su mujer» en 1793. Desde la capital de Cuba López de Padrón había navegado a diferentes partes, incluso a la Península. En 1806 se había dicho que había muerto y que sus bienes los disfrutaba una niña recogida por las monjas Catalinas de La Laguna.

En vista de estos datos, el 22 de noviembre, se escribió al comisario de La Laguna Fray Antonio Verde Béthencourt, que averiguó que, en efecto, lo de la niña era cierto y que las últimas noticias de López se sabían por una carta que, hacia 1800, había escrito desde Bilbao.

El 1 de diciembre de 1806 se reunió la junta de calificadores del Santo Oficio, presidida por el inquisidor José Francisco Borbujo Rivas e integrada, además, por los doctores don Antonio María de Lugo y don Esteban Fernández, quienes, después de dividir lo más destacado de las declaraciones en siete capítulos, concluyeron que en el sujeto había un «error de hecho» por suponer que los francmasones eran personas esencialmente caritativas y fraternales, partiendo en consecuencia de una premisa falsa a la hora de emitir sus opiniones sobre la secta. Por otro lado, López de Padrón no había demostrado sentimientos contrarios a la fe, especialmente atendiendo a la chanza de que usaba … en dichas conversaciones, y a referirse en todo a lo que le habían dicho y oído a los que él tenía por francmasones; por cuya circunstancia y por haber expresado el sentido en que tomaba la voz de francmasón, no le juzgan haber escandalizado gravemente a los concurrentes, y sus sentimientos los acredita con el capítulo de su espontánea.

De esta forma terminó el último proceso inquisitorial antimasónico del setecientos, que, como el anterior, ratifica la tesis de la escasa importancia – por no decir nula – de la masonería en Canarias, y en España, durante el siglo XVIII ”. (2)

En este proceso, a nuestro juicio, quedaron algunos cabos sueltos y creemos que el principal fue el que se deduce de la declaración del fraile franciscano don Domingo Brito; según este fraile, el lugar del encuentro entre López y el francmasón había sido la de «Filidelfia», y el citado miembro de la Orden del Gran Arquitecto era, precisamente, un religioso franciscano”.

NOTAS:
(1) Artículo de don David Lorenzo publicado en la Revista de Binter
(2) El inquisidor fiscal contra el piloto don Antonio López de Padrón, icodense, por sospechoso de masonismo de la Parte I: LOS ORIGENES DE LA FRANCMASONERIA EN CANARIAS – LIBRO: HISTORIA DE LA FRANCMASONERIA EN CANARIAS.- Autor: don Manuel de Paz Sánchez

FUENTES BIBLIOGRAFICAS Y DOCUMENTALES:
– Capítulo II.2 : El inquisidor fiscal contra el piloto don Antonio López de Padrón, icodense, por sospechoso de masonismo de la Parte I: LOS ORIGENES DE LA FRANCMASONERIA EN CANARIAS – LIBRO: HISTORIA DE LA FRANCMASONERIA EN CANARIAS.- Autor: don Manuel de Paz Sánchez
– Artículo de don David Lorenzo publicado en la Revista de Binter .
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